
En las últimas décadas se ha dado una avanzada del capital sobre sectores que hasta el momento habían permanecido al margen de la lógica mercantil, como por ejemplo, la educación. En este marco, uno de los conceptos que ha permeado a las universidades es el emprendedorismo. Esta tendencia impulsa diferentes elementos y en diferentes planos, por un lado en lo subjetivo un discurso o relato muy fuerte sobre los emprendedores, sus cualidades y las ventajas de serlo y por otro lado en lo concreto cambios en las relaciones laborales, cambios en la educación, en la investigación, etc.
El avance del capital y su necesidad de mantener la rentabilidad, trajeron como consecuencia la revisión de ciertos conceptos de forma de adaptarlos a los requerimientos del mercado, entre dichos conceptos se encuentra el de trabajo. El planteo clásico de que los trabajadores deben vender su fuerza de trabajo, como una mercancía y a cambio reciben un salario se ve reinterpretado y se estudia cómo el trabajador hace uso de sus «recursos». Se considera entonces que el salario es un ingreso que procede de un capital, el «capital humano» del trabajador. El «capital humano» refiere al conjunto de factores físicos y psicológicos que permiten al trabajador obtener un rendimiento económico. Esta manera de entender el trabajo lleva a cambios profundos en las relaciones sociales: del asalariado que vende su fuerza de trabajo en el mercado pasamos, con estos planteos, al trabajador entendido como «empresario para sí mismo», con cierta independencia del capital.
La concepción del trabajador como «empresario de sí mismo» provoca cambios grandes en las relaciones laborales, como la individualización de las mismas o diversas precariedades que se viven en el mercado de trabajo. Recae así sobre el trabajador la mejora de su «capital humano» y la educación pasa a ser una inversión del trabajador en ese sentido. Por eso, se normalizan prácticas que supuestamente permiten acceder a mejores oportunidades en el futuro, por ejemplo: trabajar gratis para conseguir experiencia en prácticas de empresas, el trabajo por proyectos que dilata al máximo la flexibilidad, prima la necesidad de saber venderse y adaptarse a las necesidades del mercado. Con la hegemonía de este planteo, se naturalizan estas nuevas condiciones laborales más flexibles y se desplazan las bases del modelo de empleo estable.
Para las empresas resulta muy conveniente que existan cada vez más emprendedores, así reducen su inversión en investigación e innovación, transfiriendo todos los riesgos económicos de esas actividades a ellos y financiando solo los resultados comercializables. De esta manera quienes emprenden trabajan para las empresas pero de una manera indirecta ya que no perciben un salario fijo sino una remuneración por un emprendimiento exitoso o nada por un emprendimiento fallido, quedando al margen de todas las leyes de regulación laboral. Esto reduce enormemente los costos de las empresas y hace que estas no tengan que arriesgar su capital en mejorar sus servicios, pasando el riesgo a los emprendedores que si bien permanecen trabajando para la empresa ya no lo hacen como asalariados sino como subcontratados.
Este fenómeno es similar al de las tercerizaciones, donde los trabajadores pasan de una relación de dependencia con la «empresa madre» a una relación comercial con la misma, por venta de servicios, insumos, etc. La empresa original transforma costos fijos en costos variables en los que solo incurre cuando es necesario. También es conocida la realidad de los trabajadores de las empresas tercerizadas, que en muchos casos acceden a salarios inferiores, con menos beneficios sociales y derechos laborales, incluso por realizar las mismas tareas y en el mismo lugar que los trabajadores de la empresa que terceriza el servicio. Esta realidad ha proliferado ampliamente en nuestro medio en diversas áreas, tanto en las empresas públicas como privadas, constituyendo una gran avanzada en la precarización laboral. Como ejemplo extremo de esto, podemos observar como se ha generalizado el uso de las uni-personales, donde los trabajadores deben registrarse como una empresa de una sola persona y hacerse cargo de sus propios aportes y «vender sus servicios» a la empresa que corresponda.
Pero hay además otra ventaja para las empresas, ya que se incrementa la individualización del trabajo y se fomenta la competencia entre los emprendedores o sea entre los trabajadores que deben conseguir empresas que compren sus emprendimientos. Con esto se elimina la posibilidad a los trabajadores de organizarse y agruparse para luchar por sus derechos o condiciones laborales; ya que a estos se los coloca en una posición de competir entre ellos. Esto para el mundo empresarial implica un costo y una preocupación menos, mientras que para los trabajadores un costo más de su supuesta autonomía en la cual no tienen seguridad laboral,salario vacacional, despido y se encuentran aislados en un espacio pseudo empresarial donde los sindicatos no tienen participación.
Los otros actores que también se benefician de esta lógica son los bancos, ya que para emprender no solo hace falta voluntad (como intenta hacernos creer el discurso del emprendedorismo) sino que también hace falta dinero, y son los bancos los que van a prestar dinero a los emprendedores para luego cobrarlo con intereses sin importar si al emprendedor le fue bien o mal, entonces la inversión de los bancos es igual o más segura que la de las empresas.
En conclusión, el emprendedorismo asegura la ganancia de las grandes empresas y los capitales financieros y deja al emprendedor (trabajador) como el único actor cuya estabilidad económica está en juego.
A pesar de todos estos perjuicios que planteamos, el emprendedorismo ha avanzado fuertemente en los últimos años, por eso debemos observar y analizar el contexto que lo ha permitido.
Se plantea la actividad de emprender como algo actitudinal capaz de transformar la realidad y al emprendedor como una nueva alternativa. Lo que se difunde es un estereotipo basado en aspectos positivos como el talento, la creatividad, la innovación, el esfuerzo, la comunicación y características personales fuertes. Se nos hace creer que es una cuestión completamente individual, donde querer es poder y es posible elegir tener estas cualidades y con eso alcanza para tener éxito. Para esto, se difunden historias de empresarios exitosos, donde lo principal es la actitud y el deseo de triunfar y realizarse, negando el contexto social y la influencia de otros actores. Se omiten hechos de la realidad que si se contaran empañarían la imagen de éxito, como rivalidades, fracasos, errores y falta de oportunidades.
Además, en estas historias el mérito cumple un papel fundamental: el trabajo, el talento y el carácter emprendedor permiten acumular logros y garantizan cierto triunfo. Siguiendo esta idea, quien fracasa es porque no posee dichas cualidades o no se lo propone realmente. Este razonamiento naturaliza el mérito como condicionante del triunfo, como si para triunfar solo se necesitara la actitud y las características personales ya mencionadas.
Pero la realidad nos muestra otra cosa, y es que no cualquier persona puede por más voluntad, virtudes personales y talento que tenga, tener éxito y «construir todo a partir de la nada». Hay diversos factores sociales, ajenos al individuo, que resultan determinantes en cuanto a las posibilidades reales de emprender: las condiciones materiales, el acceso a la información, las instituciones involucradas, los tipos de contratos laborales, la herencia, la financiación, etc. En los hechos, de todas las personas que deciden emprender, solo unos pocos no se funden y obtienen resultados exitosos.
Las universidades claramente no han permanecido al margen de estas lógicas e incluso son utilizadas día a día para profundizar y fomentar el modelo del emprendedorismo ya que se debió armar un cierto marco legal de fomento del emprendimiento y a la vez formar a las personas para emprender.
Para poder fomentar esta actividad a nivel país, sus impulsores plantean la necesidad de generar políticas educativas que contribuyan a crear el espíritu emprendedor. Se proponen instalar en la educación el pensamiento de liderazgo y emprendedorismo, junto con la fuerte convicción de que se puede salir de las crisis emprendiendo y buscando la manera de financiar los proyectos propios. De esta forma, necesitan que el sistema educativo sea el espacio para transmitir las «competencias y habilidades requeridas para emprender» y claramente para cumplir con estos objetivos deben revisarse y ajustarse los planes de estudio, currículas, programas, etc. Esto implica siempre, inevitablemente, sustituir o poner en segundo plano contenidos de las carreras o cursos para introducir estas habilidades y competencias.
En particular, lo vemos en algunas facultades del área científica-tecnológica cuando se proponen modificaciones a los planes de estudio, buscando incorporar en el perfil del egresado que éste pueda «actuar con espíritu emprendedor, creativo e innovador», o cuando se crean unidades curriculares para fomentar el «pensamiento emprendedor». Otro de los preceptos o slogan utilizados para promover el emprendedorismo en las carreras es el de fomentar el trabajo en equipo, lo que sin dudas es muy necesario y aporta a la formación, ¿pero desde cuándo el trabajo en equipo es algo exclusivo del emprendedorismo? Tampoco es el eje principal. Camuflar el emprendedorismo como «trabajo en equipo» es evitar la discusión de fondo sobre qué principios promueve esta tendencia, y usar términos que suenan muy bien y que son difíciles de contraargumentar para blindarse.
También, a nivel de la Universidad existen centros y redes para apoyar a los emprendedores. Un elemento importante a destacar es cómo interviene el Banco Santander, que a través de donaciones financia cargos docentes para el dictado de cursos o la creación de espacios para promover el emprendedorismo y en muchos casos con condiciones; exigiendo propaganda como contrapartida (carteles, banners, etc). Existen también convenios con el Santander en los cuales se anexan las ofertas financieras del banco para docentes, estudiantes y egresados de la Universidad.
Estos ejemplos de convenios, junto con otras formas que tiene la Universidad de conseguir presupuesto extra, como donaciones u otras, se justifican desde las autoridades universitarias muchas veces sobre la base de las necesidades presupuestales, es decir, como no hay suficientes recursos para investigar o innovar, o mejorar determinadas áreas se acepta cualquier forma de financiamiento. El problema de esta lógica, es que se abre la puerta muchas veces a que tengan injerencia en aspectos académicos intereses que no deberían ser los de la Universidad (como los de los bancos, entre otros) que la colocan al servicio de perpetuar el lucro y la mercantilización. Bajo estas circunstancias es que se han camuflado conceptos como el emprendedorismo en nuestra formación, alejando paulatinamente la posibilidad de brindarnos a los jóvenes una educación de calidad y que sea realmente una herramienta para nuestro desarrollo pleno como individuos.
Por último cabe preguntarnos, en qué se centran estos emprendimientos, a qué aportan o con qué objetivos, en qué se investiga o se innova en este marco y quién se apropia de eso.
Porque hay algo que es claro y es que no se puede producir ciencia sin financiación, entonces hay un vínculo muy estrecho entre los potenciales financiadores, el contenido de las investigaciones y el destino de los resultados de las mismas. Y una vez más, tendencias como el emprendedorismo, promoviendo el individualismo y la mercantilización, refuerzan el modelo económico y social en el que vivimos, orientando la producción de conocimiento y recursos al servicio del beneficio y el lucro de unos pocos, de quienes más tienen, y no con el fin de satisfacer los múltiples problemas no resueltos a los que se enfrentan las grandes mayorías cotidianamente.
No Comments